jueves, 27 de febrero de 2014

Tiempo de Duelo

 " ¿Cuánto dura un duelo normal?
  ¿Existe un tiempo normal de duelo?
  Los libros dicen que sí y los pacientes dicen que no.
  Y yo he aprendido a creer en los pacientes.
  La verdad es que si existe un tiempo es tan variable y está sujeto a tantas circunstancias que de todas maneras es impredecible. Cada uno tiene sus propios tiempos.
  Lo que sí creo es que existen tiempos mínimos.
  Pensar que alguien puede terminar de elaborar el duelo de un ser querido en menos de un año es difícil, si no mentiroso.
 ¿Y por qué digo menos de un año?
  Porque en un año suceden la mayoría de las primeras veces. Y las primeras veces son siempre dolorosas y porque aunque suene estúpido cada primera vez es la primera vez sin él o sin ella.
  El primer año suele ser, aunque nos pese, un doloroso catálogo de estrenos de nuevos duelos.
  Y cada uno de esos estrenos opera como un pequeño túnel del tiempo... por él uno vuelve una y otra vez a la vivencia pasada. Aunque, por suerte, cada vez sabe más del camino de retorno. Casi siempre la segunda Navidad es menos dolorosa que la primera.
(...)
  Por lo dicho (del síndrome de las primeras veces) yo diría que un duelo por la muerte de un ser querido nunca podría durar menos de un año y posiblemente, si algo no lo interrumpe, no dure mucho más allá de dos años y medio.
  También creo que si después del primer año uno sigue clavado en el lugar del primer día, quizás sea una buena idea pedir ayuda. A veces es imprescindible que alguien me acompañe en el proceso, aunque más no sea para mostrarme por dónde no está la salida del laberinto."

El camino de las lágrimas, Jorge Bucay.


viernes, 14 de febrero de 2014

La Alegoría del Carruaje III

   Mirando hacia la derecha me sobresalta un movimiento brusco del carruaje.

   Miro el camino y me doy cuenta de que estamos transitando por la banquina. Le grito al cochero que tenga cuidado y él inmediatamente retoma la senda. No entiendo cómo se ha distraído tanto como para no notar que dejaba la huella. Quizás se esté poniendo viejo.

   Giro mi cabeza hacia la izquierda para hacerle una señal a mi compañero de ruta y dejarle saber que todo está en orden... pero no lo veo.

   El sobresalto ahora es intenso, nunca antes nos habíamos perdido en ruta. Desde que nos encontramos no nos habíamos separado ni por un momento.

   Era un pacto sin palabras. Nos deteníamos si el otro se detenía. Acelerábamos si el otro aceleraba el paso. Tomábamos juntos el desvío si cualquiera de los dos decidía hacerlo...  Y ahora ha desaparecido. De repente no está a la vista.

   Me asomo infructuosamente observando el camino hacia ambos lados. No hay caso. Le pregunto al cochero, y me confiesa que desde hace un rato dormitaba en el pescante. Argumenta que, de tanto andar acompañados, muchas veces alguno de los dos cocheros se dormía por un ratito, confiado en que el otro se haría vigía del carruaje de al lado.

   Éramos como dos personas guiadas por un mismo deseo, como dos individuos con un sólo intelecto, como dos seres habitando en un solo cuerpo.

   Y, de repente, 
   la soledad, 
   el silencio, 
   el desconcierto,...

   ¿Se habría accidentado mientras yo distraído no miraba? Quizás los caballos habían tomado el rumbo equivocado aprovechando que ambos cocheros dormían... Quizás el carruaje se había adelantado,... Me asomo una vez más por la ventanilla y grito: ¡¡¡ Hola !!!
Espero unos segundos y le repito al silencio:  ¡¡¡ Hooolaaa !!!
Y aun una vez más: ¿¿¿ Dónde estás ???

...

   Ninguna respuesta.

   ¿Debería volver a buscarlo...sería mejor quedarme y esperar que llegue... o más bien debería acelerar el paso para volver a encontrarlo más adelante?

   Hace mucho tiempo que no me planteaba estas decisiones. Había decidido allá y entonces dejarme llevar a su lado adonde el camino apuntara.

   Pero ahora...

   El temor de que estuviera extraviado  y la preocupación de que algo le haya pasado van dejando lugar a una emoción diferente.

   ¿Y si hubiera decidido no seguir conmigo?

   Después de un tiempo me doy cuenta de que por mucho que lo espere nunca volverá. Por lo menos no a este lugar.

   La opción es seguir o dejarme morir aquí. 
   Dejarme morir.
   Me tienta esa idea.

   Desengancho los caballos y le pido al cochero que se apee. Los miro: carruaje, cochero, caballos, yo mismo,...

   Así me siento, dividido, perdido, destrozado. Mis pensamientos por un lado, mis emociones por otro, mi cuerpo por otro, mi alma, mi espíritu, mi conciencia de mí mismo, allí paralizada.

   Levanto la vista y miro al camino hacia adelante.
   Desde donde estoy, el paisaje parece un pantano.
   Unos metros al frente la tierra se vuelve un lodazal.
  Cientos de charcos y barriales me muestran que el sendero que sigue es peligroso y resbaladizo...

   No es la lluvia lo que ha empapado la tierra.
   Son las lágrimas de todos los que pasaron antes
   por este camino mientras iban llorando una pérdida.

   También las mías, creo... pronto mojarán el sendero.


Dedicado a Eduardo



jueves, 6 de febrero de 2014

Donde terminas tú empiezo yo

  Los límites ponen orden en nuestra vida. Si aprendemos a fortalecerlos, tendremos una idea más clara de nosotros mismos y de nuestras relaciones con los demás. Los límites nos permiten determinar cómo nos tratarán las otras personas. Cuando establecemos límites sanos podemos estar seguros de que nos protegeremos de la ignorancia, la mezquindad o la falta de consideración de los demás.

  Una característica de  los limites sanos es que son lo suficientemente flexibles como para permitirnos elegir lo que aceptamos y lo que excluimos. Podemos decidir excluir la mezquindad y la hostilidad, y admitir el afecto, la bondad y el reconocimiento.

"Donde terminas tú empiezo yo", Anne Katherine


martes, 4 de febrero de 2014

Cada órgano dañado responde a un sentimiento

 Christian Flèche, psicoterapeuta, padre de la teoría de la descodificación biológica, plantea la hipótesis de que las enfermedades son una metáfora de las necesidades físicas y emocionales de nuestro cuerpo. Cuando no hay una solución exterior a esa necesidad, hay una solución interior.

 La enfermedad es una solución de adaptación ante una situación de shock, es decir, ante aquella situación que la persona no puede solucionar y se convierte en conflicto. No obstante, todo conflicto no provoca enfermedad. Para que ello ocurra deben darse las siguientes circunstancias: es necesario que sea dramático, imprevisto, vivido en soledad y sin solución. Cuando se dan estos cuatro criterios, el trauma se manifestará a través de la biología.

 Distintas emociones corresponden a distintos órganos del cuerpo. Por ejemplo, todo lo que tiene que ver con la epidermis responde a conflictos de separación; el esqueleto, a una desvalorización; la vejiga corresponde a conflictos de territorio; al duodeno y el estómago corresponde el conflicto de no tener lo que se quiere y no poder digerir lo que se tiene; los riñones corresponde a la pérdida de puntos de referencia,...

 Lo adecuado para estar sano es revalorizar las emociones, ser consciente de ellas y expresarlas desde la autenticidad. Por ejemplo, el hombre que tiene miedo pero lo enmascara con la rabia, descarga la rabia enfadándose con su mujer. Sólo estando en contacto con la emoción auténtica (el miedo), y no con la emoción de la superficie (la rabia) se produce la transformación y el cambio.

  



lunes, 3 de febrero de 2014

El camino de las lágrimas, Jorge Bucay

Hemos sido entrenados por los más influyentes de nuestros educadores para creer que somos básicamente incapaces de soportar el dolor de una pérdida, que nadie puede superar la muerte de un ser querido, que moriríamos si la persona amada nos deja y que no podríamos aguantar ni siquiera un momento el sufrimiento extremo de una pérdida importante, porque la tristeza es nefasta y destructiva...
Y nosotros vivimos así, condicionando nuestra vida con estos pensamientos.
Sin embargo, como casi siempre sucede, estas "creencias" aprendidas y transmitidas con nuestra educación son una compañía peligrosa y actúan la mayoría de las veces como grandes enemigos que empujan a costos mucho mayores que los que supuestamente evitan. En el caso del duelo, por ejemplo, llevarnos al enfermizo destino de extraviarnos de la ruta hacia nuestra liberación definitiva de lo que ya no está.

El camino de las lágrimas, Jorge Bucay